
Tomó agua panela con pan como habitualmente lo hacia todas las mañanas a las cuatro cuando todavía era oscuro, agarró el sombrero pal sol que lo mantenía colgado de una orquetica en la que su mujer hacia gelatina para vender todas las tardes en el playón. Agarró la pala y así descalso en pantaloneta y camisilla con el sombrero puesto, salió y se le colgó al estribo de una de las volquetas que madrugaban desde Medellín por arena lavada que salía del cauca.
“El negro” como cariñosamente lo llamaban sus amigos, vivía en una humilde vivienda campesina ubicada entre la carretera destapada que salía de Sinifaná, (un pequeño caserío del corregimiento de Bolombolo en Antioquia); y el caudaloso rio cauca. Era una casita sencilla y muy humilde, con piso rustico, techo de paja, paredes en obra negra, una cocina en cemento que el mismo improvisó y en la parte de atrás tenían un solar con tres marranos, seis gallinas y cinco chandosos que fueron resultando de la calle pero que ya eran como de la casa.
Su hogar compuesto por cinco hijos pequeños y su esposa Omaira, era la adoración de “el negro” diario trabajaba como un burro para poder darles el sustento y los algunos “juegueticos” que los niños se antojarán.
Un día normal.
Llegaron al playón esa mañana, “el negro” y dos areneros mas, colgados cada uno de los estribos de las volquetas que venían a cagar un viaje de arena. Todavía estaba oscuro y la mañana aun era muy fresca, una vez llegarón, “el negro” y sus compañeros se pusieron a trabajar, quitarón los plásticos con que cubrían los montones de arena que habían sacado el día antes del cuaca, tomaron las palas y a paliar…
Sin embargo esa mañana tenía un ambiente inhabitual, un olor muy putrefacto y nauseabundo distrajo por completo a los tres areneros y los volqueteros que estaban allí, sin mas remedio y atraídos por la curiosidad siguieron las pistas del olor, no a muchos metros de donde estaban inicialmente y detrás de un barranquillo había una bolsa negra y grande muy bien cerrada que era de donde se emanaba tan asqueroso olor.
- Destápala tu negro- dijo uno de los areneros pidiéndole con notable cobardía que procedieran descubrir que había adentro.
- Préstame la pala- contesto “el negro”.
Al enterrar la pala en la bolsa “el negro descubrió que se trataba de algo muy blando.
- ¡Esta saliendo sangre de la bolsa. “guebon” abrí pues eso! - le grito asustado uno de los volqueteros.
Valientemente el negro abrió la bolsa y la rajó casi toda con la ayuda de la pala, de inmediato saltaron a la vista dos cuerpos humanos descuartizados ya en estado de descompocisión.
La cabeza de dos sujetos ya irreconocibles y todas las partes de su cuerpo desmabradas y revueltas nadando en su propia sangre.
El susto de todos fue terrible solo se les ocurrió dejar la bolsa tal cual y llamar a la policía de Sinifaná que de llego después de un rato.
El peligro asecha
Al día siguiente la noticia salió en el diario del pueblo:
“En la mañana de ayer areneros del sector el playón a las afueras de Sinifaná, encontraron a la orilla del rio cauca y dentro de una bolsa negra; dos cuerpos descuartizados y en estado de descomposición, se trataba de Carlos Quintero e Isaias López, el primero un tendero del pueblo, y el segundo el administrador de un billar, de quienes se rumora tenían nexos con hombres del ejército nacional y operaban como informantes de los mismos, pues según las habitantes de Sinifaná varias veces los atendieron en sus establecimientos, de igual manera se rumora que los responsables de estas aterradoras muertes fueron los hombres del frente 41 de las Farc que rodean las montañas de Bolombolo que al enterase de que los sujetos tenían nexos con hombres el ejercito, les provocaron la muerte”.
- Eso les pasa por “maricas”– dijo “el negro al leer la noticia, - para que se ponen de lambones con esa gente, se sabe que la guerrilla no perdona eso y por eso los van es tirando al rio en pedacitos…
Soltó el periódico y empezó a cargar la tercer volqueta para ese día, día que pasó normal, a las tres llegó Omaira su mujer, con Santiaguito el bebe, los otros cuatro niños estaban en la escuela; Mariela hacia gelatina todas las tardes para venderles a los choferes y por encargo a uno que otro vecino de por ahí.
A las seis de la tarde la ultima volqueta que “el negro” cargó le dio la cola hasta la casa, a él, a su mujer y su hijito.
Al hambriento dad de comed, al sediento dad de beber.
A las ocho de la noche de ese día cuando ya todos se habían tomado la aguapanelita con arepa y los niños se habían ido a dormir, pasó lo que podría poner en riesgo la vida del “negro” y su familia.
Todo estaba en santa paz cuando de repente se oyeron unos golpes en la puerta.
- No abra mija no abra – dijo “el negro” a su mujer.
- Mijo eso debe ser la vecina haber si me quedo un poquito de aguapanelita pa´ los “puchichoriaos” de ella.
No era la vecina la que estaba tocando, eran varios hombres uniformados quienes al ver a Omaira, amablemente le pidieron el favor de que les regalara un poco de comida, habían caminado mucho rato por la montaña y aun les faltaba mucho para llegar a la carretera, a cambio los soldados le ofrecieron dinero.
Omaira no pudo negarse, como solo tenia aguapanela, rápidamente degolló una gallina de las del solar y mientras los soldados descargaban su equipaje y descansaban tendidos sobre el entejardin de la casa, Omaira hecho a hervir la gallina a una olla con papas y yucas de la huerta.
A las dos horas y media casi tres los hombres del ejercito se despidieron de Omaira le dieron dinero y muy agradecidos partieron con sus barrigas llenas y alientos para seguir caminado.
La preocupación del “ negro” era evidente, el solo se limito a observar, pensaba en que tal vez se meterían en graves problemas por darles comida a los soldados.
El alma al cuerpo.
Pasaron varios días quizás hasta un mes, una mañana de tantas “el negro” llegó al playón como de costumbre antes del amanecer a cumplir con su trabajo. el sol no salió a las seis de la mañana, tampoco a las siete ni a las ocho, ni en todo el día, ese día estaba frio y a las doce del día empezó a llover, a las cuatro dejó de llover, Omaira debía haber llegado a las tres de la tarde pero seguro la lluvia no le había permitido salir de la casa, pero llegaron las cuatro y media y tampoco llego, al “negro” se le hizo extraño porque ya había parado la lluvia y Omaira ya debía estar allí para hacer la gelatina, no aguantó mas suspendió el trabajo y se fue a la casa a ver que le había pasado a su mujer, pues ella sagradamente iba todos los días al playón aunque fuera mas tarde. “el negro” tenía un mal presentimiento.
Mientras iba camino a su casa recordó que días pasados hombres del ejercito había estado en su casa cenado con la mejor gallina, y al mismo tiempo recordó la muerte de los hombres del pueblo, la del tendero y el administrador del billar y varias muertes que se habían dado en el pueblo por parte de la guerilla solo por hacerle favores al ejercito. Le recorrió una angustia gigante por su cuerpo, lo invadió un terrible escalofrió, imagino lo peor y se sitio morir, ese camino a su casa se le hizo eterno, pensaba que si algo malo le había pasado a su esposa y sus pequeños él no lo soportaría y se quitaría la vida.
Por fin llego a su casa, afuera todo estaba en silencio, pensó para si mismo: - los niños deben estar en la escuela- abrió la puerta y avanzo ansioso por el corredor que conducía al solar, al llegar a este descubrió un charco de sangre en el piso, al “negro” se le bajo la presión y se sintió sin fuerzas solo pudo gritar: - ¡Omairaaaaa!...
- ¡que! Carajo! Que ese grito “negro” me va matar de un susto que esta haciendo aquí, porque esta tan pálido fue que vio un fantasma o que! -
- Mija! – apenas si podía hablar con una mezcla de alivio y alegría – mija! Usted porque no fue hoy al playón! Mija son las cinco de la tarde…
- Ay “negro” es que me puse a matar uno de los marranos haber si esta semana comemos carnita, y para aprovechar a hacer una morcilla bien rica con la vecina que me va a ayudar! Todavía no he lavado la sangre que quedo en el piso, ni me he bañado por eso me cogió la tarde y hoy no voy a ir al playón.
El negro miro a su esposa a los ojos sin dejar de sonrreirle y la abrazó. Y mientras le volvía el alma al cuerpo le dijo:
- Mija tenemos que pensar en mudarnos de aquí.
2 comentarios:
esta cronica esta basada en hechos de la vida real que se vive en el corrigimiento de sinifaná sur oeste Antioqueño.
fotografia de Jesus Abad Colorado.
Muy completo tu escrito. Debes re-leer antes de publicar, cuidado con los signos de puntuación.
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